lunes, 4 de julio de 2016

Haciendo Lo Evil

¿Alguna vez se han enamorado ustedes? Pero así fuerte. O sea, hablo de ese amor de verdad, ese tipo de amor que mueve montañas y evita guerras. El amor incondicional de Manuelita Saenz por Simon Bolivar o el amor ciego de Rosita por cualquier malandro con plata. Un amor que escapa de la cotidianidad y que te da ganas de vivir. Pero nadie ha experimentado nunca ese tipo de amor porque solo es real en la ficción de las películas que protagoniza Ryan Gosling. A pesar de ello, nos esforzamos en la búsqueda de algo que aseguran es hermoso y bonito (sin darnos cuenta que el amor horizontal es aun más bonito). El problema llega cuando confundes el amor con otra cosa que todavía no sé que carajos es. Pero quizás sirva de ejemplo la historia que les voy a narrar a continuación.


Hace tiempo (mentira) conocí a una mujer en Caracas. También era (y supongo que sigue siendo) una de las mujeres más hermosas que he conocido nunca aunque no fuese modelo ni tampoco actriz. Intenté seducirla, como lo he intentado sin descanso (de lunes a domingo) con todas las mujeres que se han cruzado en mi vida, la diferencia es que esta me interesaba realmente. Era baja y delgada, sostenida sobre dos hermosas piernas, su cuerpo era el que toda mujer más joven deseaba y toda mujer mayor añoraba. Pero no me enamoré de ella por eso. Tampoco por sus gruesos labios, ni su hermosa nariz, ni aun menos por su raro corte de cabello con olor a uva de vino. Era la mujer aparentemente perfecta y después de haber hablado con ella supe que lo que había dentro de ella era aun mejor que lo que podía adivinar fuera. Porque resulta que la mujer de Caracas sí que era inteligente. Siempre he sostenido la teoría de que cualquier mujer, por muy mongólica que sea, siempre será más lista que la persona que suscribe este texto. No obstante la mujer de Caracas era realmente inteligente. Y ya saben ustedes que a los hombres lo que más nos asusta de una mujer es que tenga un gran cerebro o nada de culo.

Intente seducirla, de pana que lo intenté, varias veces, pero todas y cada una de esas veces ella me rechazó como si yo fuese su primo. De acuerdo, no soy guapo, no tengo un pene de 35 centímetros ni dinero. Puede que a algunas mujeres yo les parezca divertido, chevere o inteligente pero eso solo es consecuencia del alcohol (que ellas ingieren) y también de una sorprendente capacidad mía para la historia universal. Mis trucos suelen funcionar bastante bien a pesar de que mi porcentaje de éxito no llega al 1%

Soy un prodigio de la perfección... ¿Entonces porque ninguna mujer me dirige la palabra más allá de los dos meses? No digo ya la mujer de Caracas sino cualquier otra mujer más terrenal e incluso menos apetecible. 

Creo que mi problema siempre ha sido el sujeto. Siempre espero a que ellas actúen, me limito solo a mostrar algunos de mis trucos de prestidigitador sentimental y aguardo a que caigan rendidas a mis pies. Quizás debería ser un poco mas insistente, ya saben, como esos tipos a los que un juez les regala un papel en cuyo encabezamiento pone “orden de alejamiento”. Al menos a ellos les rechazan de manera oficial con papel y firma.

Creía conocer los miles de pasos para hacer feliz a una mujer. Quizás el problema es que para hacer feliz a la mujer de Caracas necesitaba un truco más. O fue eso o es que soy bien feo.

sábado, 1 de junio de 2013

La Historia de los Huevos de Pascua

Ya hace un tiempo concursé en un concurso concursable, donde tenía que escribir la historia/cuento más creativa sobre el nacimiento de la tradición de los Huevos de Pascua. Si, Super gay.  Ahí les dejo el cuento.


Arnaldo era un arqueólogo de 44 años, soltero y algo calvo. La arqueología -obviamente- era su pasión, era su mundo. Para el la palabra "desenterrar" significaba más que encontrar cosas en el subsuelo. Arnaldo siempre fue optimista, siempre tenía en mente encontrar algo más grande que el mismísimo Tutankamón. Quería encontrar algo más arrecho, más vergatario.

Arnaldo era un tipo que leía de todo. Le llamaba la atención cualquier tipo de libro. Decía que todos los libros tienen un secreto por dentro. Y así fue como 
Arnaldo descubrió un mapa del tesoro.

Así es, un mapa que mostraba gran parte de el desierto de el Sahara, y marcada con una equis, la posición del gran tesoro. Según el mapa, el tesoro se encontraba en la tumba de la Reina Pascuapatra. 
Arnaldo se interesó en el viejo mapa; primero porque el nombre de la Reina del tesoro le parecía interesante y segundo, era un mapa del tesoro, por favor, a Arnaldo le encanta los tesoros.

Luego de un largo viaje a Egipto, 
Arnaldo llega. Se instala cerca de la gran pirámide de Guiza, por la sombra. Abrió su mapa y empezó su larga búsqueda por la tumba de la Reina Pascuapatra.

Fueron uno... Dos... Tres... CUATRO los días que caminó 
Arnaldo sin tener ningún éxito.
Cansado y sin ninguna esperanza, 
Arnaldo cae en la arena. El radiante y fulminante sol lo estaba consumiendo poco a poco. Arnaldo sabía que si no conseguía algo para comer, se las iba a ver bien peluda.

Fue en ese momento cuando vio un destello de luz a unos cuantos metros. Corrió y encontró a la madre de los clichés del desierto. Una lampara mágica. 
Arnaldo sabía que era su salvación. La froto, la froto y la froto... Pero no pasó nada. A la cuarta frotada fue cuando empezó a brillar.

-TUTUTUTUTUTUTUTUTUTUTU Háblame el mío  -Exclamó el genio-
-Ya va... ¿Tú eres el genio de esta lampara?  -Le preguntó 
Arnaldo muy intrigado-
-Claro, diablo, ¿Que esperabas tú? ¿Shenlong? pajuo.
-Ok, ok, bueno, supongo que me concederás al menos un deseo.
-Claro, menor, a ver, ¿Que es lo que es?
-Bueno, mira, necesito que me lleves a la tumba de l
a Reina Pascuapatra.
-¿QUEEEEEE? ¿Tú te volviste loco? No vale, tú lo que estás es soyao' hijo.
-Es mi deseo, cumplemelo, por favor.
-Esta bien, convive, déjame decir mis palabras mágicas y te cumplo tu verga... YAYAYAYAYAYAYAYAJUUUUUUUU -Gritó el sabio genio para cumplir el deseo-

-Listo, menor, ya llegamos al point  -Dijo el genio al llegar-
-Gracias, señor genio.
-De na' menor.

Y así nomás, el genio malandroso desapareció. Ahora 
Arnaldo estaba en la entrada de la tumba de la Reina Pascuapatra. Sabía que no iba a ser fácil. Arnaldo sabía que habría trampas mortales como en las películas de Indiana Jones o La Momia. Así que cuidadosamente abrió la primera puerta... Y... Listo, ya estaba en recamara de la tumba. Fue más fácil de lo esperado. Vio los tesoros y eran unos brillantes huevos de oro. Arnaldo estaba tremendamente feliz. Había encontrado el tesoro.
Derrepente, aparece un tipo misterioso
 en la puerta y le dice a Arnaldo.

-Aporta los huevos ahí pue'.
-¿Cómo?
-QUE ME DES LOS HUEVOS, MALDITO -Exclamaba el tipo misterioso mientras apuntaba a 
Arnaldo con una 9mm-
-Ok, ok, toma.
-Nunca me animé a entrar a esta vaina. Pensé que iban a haber un poco e' monos con hojillas y verga locas. Pero gracias a ti no tuve de qué preocuparme.
-Maldito...
-Adiós, imbécil  -Dije el tipo misterioso mientras corre hacía la salida-
Arnaldo, con un arrechera monumental, va hacía la lampara mágica y la vuelve a frotar, pero esta vez, la frotó más de 10 veces y aparece el genio.

-Verga, ¿Que fue? diablo, le vas a hacer la paja la lampara, bájale dos.
- Bájale dos un coño de su madre. ¿Ves ese mamagüevo que está por allá rodando con una Jeep?
-Ajá ¿Que pasó con ese diablo?
-Bueno, ese maldito me robó.
-Coño, ya Egipto parece Venezuela, won. Solo falta que monten un poco e ranchos por las pirámides criminales esas.
- Cállate, concédeme el deseo antes de que escape.
- Fuego, menor. Dímelo cantando.
-Convierte ese maldito en un conejo.
-¿Por qué en conejo? marico.
-No sé, estaba pensando en Bugs Bunny.
-Bueno, conejo será, won.

YAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAJUUUUUUUUUUUUU... Y el tipo misterioso se transformó en un conejo.

-¡¡¡MALDITA SEA!!! ¡¿QUE ES ESTO?!  -Se preguntó el tipo misterioso que ahora era conejo-
Arnaldo se acercó al Jeep junto al genio malandroso y ambos miraron al conejo.

-¡Malditos! ¿Que me hicieron? -Exclamó el conejo con gran furia-
-Lo necesario, eres una mala persona. Te daré una lección que nunca olvidarás. Genio, regalame dos deseos más.
-Coño, marico. ¿Tu crees que yo cago la magia? Achantalo ahí menor  -Explicaba el genio-
-DOS DESEOS, COÑO.
-Ok, ok, menor, ya va vale.
-Deseo que este cabrón tenga por obligación tener que entregar una canasta llena de huevos a cada niño del mundo durante todos años de este día, y segundo, usará la ropa de conejo mas homosexual del planeta.
-YAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAJUUUUUUUUUUUUUU

Y así fue como 
Arnaldo y el genio malandroso crearon la hermosa tradición de los huevos de Pascua.
FIN.

Obviamente perdí. Igual no me molesté, el premio eran unos cupcakes.

domingo, 26 de mayo de 2013

Entre nosotros



Hace días llovía con fuerza en el centro de Maracay. Eran apenas las 06:30 AM y la entrada de mi trabajo eran a las 08:00 AM. Sin nada que hacer, empecé a caminar por la AV. Bolívar. Busqué alguna excusa para seguir caminando y recordé que tenía que comprar unas películas.

Y así fue, media hora más tarde,  me despedía del vendedor con un apretón de manos, mientras que con la otra mano sostenía una bolsa llena de películas. Ya eran las 07:00 AM, esquivé un charco y, sin rumbo alguno, me di un paseo por la plaza Girardot, la cual es mi plaza favorita. Mis zapatos estaban mojadísimos y notaba cómo las medias se abombaban. Las botas del pantalón se volvieron pesadas y la sensación de frio y humedad se extendía por todo mi cuerpo, pero no le paré bola.

Ya eran a las 07:25 AM. Sentado en unas de las bancas que están por toda la plaza, me encendí un cigarro, me puse la capucha y me dediqué a observar cómo la gente en la plaza corría por lluvia, como si les doliera o algo. Locos.
Entre la miradera y la vaina, me pareció ver a un amigo de la infancia que, como yo, permanecía impertérrito bajo el palo e’ agua. Juan José, creí recordar. Un buen chico. Siempre frágil, cómo si fuera a romperse de un chicote o un balonazo. Así le recordaba yo cuando entre los dos debíamos sumar una docena de años. Un chico pelón, de voz algo chillona y quebradiza. Un chamín de cristal, en otras palabras. Siempre me acuerdo cuando Juan José corría en el recreo, se asemejaba a un potro recién nacido. Todo inseguro, calibrando por primera vez la mágica relación entre sus patas y el suelo. Sí, era Juan José, no había duda. Un chamín sensible que no inspiraba más que ternura. Ternura y compasión; todavía parecía llevar en la cara esa mueca de sumisa tristeza, de sufrimiento silencioso, de “Suffering, so much suffering”, como si el mundo pesara sobre sus hombros más de lo habitual y hasta el más mínimo gesto delatara un espíritu doblegado por la vida. En ése momento recordé que Juan José había perdido a su papá hace añales, cuando todavía estudiaba con el. Desde donde yo estaba me parecía que en realidad no esperaba a nadie, o que quizás, esperaba a su padre aparecer entre la multitud de repente, cargado con bolsas de regalos.

Giró un pelo la cabeza y yo, que estaba a unos treinta metros de distancia, volteé la cabeza a un árbol para no ser descubierto. Disimulé con el celular un poco. Al cabo de unos 2 minutos, visualizo de nuevo a mi pobre amigo y descubro ya no se encontraba en donde estaba. Me puse como loco a buscarlo, no lo encontraba, hasta que por fin lo encontré: estaba en la entrada de plaza, sólo, inmóvil, empapado bajo una fina lluvia que azotaba de lado.

En ése preciso momento, algo me pasó. Me dio algo. Un sentimiento de pena, culpabilidad y vergüenza por no ser capaz de acercarme a él y, sencillamente, saludarlo. Quizás ese saludo pudiera alegrarle un poco el día. Además, no tenía nada que hacer.

Lancé la colilla con cierto grado de genialidad lo más lejos que pude y comencé a acercarme a él. Cuando me encontraba a unos 10 pasos de mi objetivo, éste empezó a reírse de forma muy simpática. Antes de que me diera cuenta, Juan José estaba dando un tímido pero intenso abrazo a una chica. Ella le dio un besito e inmediatamente después abrió un enorme paraguas con el logo Tommy Hilfiger. Entrecruzaron algunas palabras y sonrisas y se alejaron agarrados de la mano, cobijados bajo la enorme tela de aquel paraguas. Así es cómo Juan José y yo nos cruzamos; él sin verme, yo sin mirarle.

Todavía algo confuso por el inesperado desenlace, la inercia de mis pasos se fue ralentizando y finalmente me detuve por casualidad en el mismo punto donde mi viejo amigo pelón había estado parado. Me encorvé y fruncí el ceño, mientras me recriminaba mentalmente las ridículas ideas, tan erróneas y precipitadas, que había creado de la nada. Bajé la mirada y miré el reloj. Eran las 08:05 AM.

Empapado, inmóvil, sólo y algo retrasado.
Finísimo.